Y cuando Shiva caminaba cansado, con una carga sobre sus hombros que a duras penas le permitía levantar los pies del suelo, oyó el sonido de la flauta.
Entonces
se detuvo a escuchar, cerró los ojos y la música le guió allá donde Uma le
esperaba, ataviada únicamente con siete vaporosos y suaves velos, para
recibirle con los brazos abiertos y el corazón henchido de amor.
Acercándose
a Shiva, deshizo cuidadosamente todos los nudos de las cuerdas que mantenían el
pesado equipaje atado a su espalda y comenzó su rítmica, sugerente y trival danza
en espiral alrededor suya, hasta que ambos cuerpos se sintieron livianos como
plumas y se elevaron en el aire para alcanzar el éxtasis.
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