martes, 17 de marzo de 2015

El hada que se dejó atrapar



La lluvia hizo que nuestro plan de dar un paseo por el campo se transformara en un domingo en casa sin saber muy bien que hacer. Entré en el dormitorio y pensé que sería buena idea aprovechar esa mañana para apartar la ropa que ya no usaba y destinarla a otros usos más útiles que ocupar espacio en el armario.

Cuando entré en la habitación Mario estaba allí, con la nariz pegada a la ventana mirando como llovía y haciendo dibujitos en el cristal empañado por su respiración. A pesar de tener solo cinco años no había protestado demasiado cuando le dijimos que teníamos que dejar para otro día el paseo que su padre y yo le prometimos para recoger hojas y abrazar árboles.Estaba yo sacando la ropa del armario y tendiéndola en la cama cuando Mario me preguntó

- ¿Qué es esto mamá? ¿Que hay dentro?

Me giré y lo vi con mi cajita de madera en las manos y a punto de abrirla. Se la quité rápidamente de las manos. Debí sacarla entre camisetas y jerseys sin darme cuenta.

Mario me miró sorprendido y yo algo avergonzada de mi reacción le dije

- Es una caja de recuerdos. Algún día la abriremos juntos y te enseñaré su contenido.

Miré la caja y pasé el dedo suavemente por el relieve del hada que estaba grabada en la tapa. Mario se acercó y con su manita hizo lo mismo.

- Es un hada ¿verdad mamá?

- Si, es un hada ¿te gustá?

- Mucho. Ojalá algún día pudiese ver una de verdad

- Algún día la verás. Pero no intentes atraparla porque se asustará y huirá. Deja que sea ella quien se acerque a tí. Las hadas se acercan a los niños y les gusta jugar con ellos. Les hacen cosquillas con sus alas en las mejillas y en el cuello y tienen una risa que suena a campanitas que se contagia a quien las escucha.

Noté que Mario estaba muy interesado así que lo senté en mi regazo y seguí contándole cosas acerca de las hadas.

- Es importante que como te he dicho antes no intentes atrapar a un hada si la ves. Hay niños que se divierten tanto con ellas que las quieren llevar a sus casas para estar más tiempo con ellas y a veces logran atraparlas. Entonces las meten en jaulas para pájaros o en casitas de muñecas. Pero las hadas cuando no pueden volar se ponen tristes y sus alas dejan de brillar, pierden el color del arco iris y se vuelven grises. A muchas se les caen y los niños al no poder jugar con ellas como antes, se aburren y las devuelven al lugar donde las atraparon pero como ya no pueden subir hasta las ramas de los árboles ni volar junto a los pájaros buscan un rinconcito entre las hojas caidas y se duermen para siempre.
Cuando miré a Mario tenía los ojos brillantes y entonces me di cuenta que la historia que le habia contado era triste así que decidí contarle algo más.

- Sin embargo hubo una vez un hada que se dejó atrapar. Quizás te guste conocer su historia.

- Siiii, cuéntamela mamá!!

- Una vez un hada conoció a un niño muy especial. Era un niño solitario que iba al bosque siempre solo y no jugaba mucho con los demás niños. A ese niño le gustaba sentarse en una roca y ver como bajaba el agua del río. Le gustaba tumbarse en el suelo de hojas y mirar las nubes. Le gustaba pasear entre los árboles, tocarlos y abrazarlos.
Un día que él estaba mirando unas setas, el hada se acercó demasiado y lo rozó con sus alas en la mano. Los dos se sobresaltaron pero se quedaron mirándose muy fijamente. Al niño le pareció divertida el hada tan pequeñita y con sus alas de arcoiris brillantes y a ella le pareció que ese niño tenía la sonrisa más bonita que habia visto nunca y también le gustó su cara llena de pecas y hasta sus gafas de pasta que le daban un aire de pequeño sabelotodo.
Desde aquel día el niño iba siempre al lugar donde se habían encontrado y allí esperaba el hada para jugar con él. Se reían mucho y ella le enseñó a escuchar las voces del viento, de los árboles y el canto de los pájaros.
Pero un día el niño llegó triste y le dijo que ya no se verían más porque sus padres le habían dicho que se irían a vivir a otra ciudad. Ese día no hubo juegos ni risas... Cuando el niño marchó para su casa el hada le siguió hasta ver donde vivía. Al volver al bosque se quedó dormida llorando. Asi pasaron los días y cada noche su llanto se oía a través de las ramas de los árboles. A pesar de que pasó mucho tiempo el hada seguía quedándose dormida entre lágrimas. De repente una noche algo la despertó. Era un sonido como el del viento pero claramente pudo oir unas palabras.
- Soy el espíritu del bosque, ¿por qué lloras hada?
- Porque ya no veré más a mi amigo, se marchó a otra ciudad lejos de aqui y nunca volverá.
- Pero hay otros niños con los que puedes jugar.
- Yo solo quiero jugar con ese. Me gustaría ser una niña y poder ir con él.
- Si de verdad quieres eso puedes hacerlo. Solo que a cambio tienes que perder algo que ahora posees.
- ¿El que? Yo no quiero nada, solo estar con él.
- Tus alas. No hay seres humanos con alas. Y si creces hasta ser uno de ellos tendrás que perderlas.
- Está bien, acepto. Ya he pasado mucho tiempo con ellas y no me importará si vuelvo a ver a aquel niño.
- De acuerdo entonces. Duerme esta noche tranquila y mañana al despertar ya serás como él y podrás ir en su búsqueda.
El hada esa noche durmió sin llorar y soñó que volvían a verse, a reir y a jugar juntos. A la mañana siguiente al despertar se tocó la espalda y era cierto... ya no tenía alas. Además se miró a si misma y alrededor y notó que era del tamaño de los humanos.
Corrrió por el bosque hasta la casa donde había visto entrar al niño aquel día. Nerviosa sin saber bien que decir llamó al timbre. Le abrió una señora que le contó que la familia que viviá allí se habia ido a otra ciudad pero que afortunadamente aún tenía la dirección que le dejaron por si alguna vez recibían cartas atrasadas para que el servicio de correos se las pudieran reenviar.
Después de una semana y siempre confiando en que la suerte estaría de su parte, el hada llegó hasta la nueva casa. Esperó escondida tras un árbol cercano y entonces lo vió salir. Ya no era un niño sino un chico alto con gafas que se dirigía a la biblioteca cargado de libros. Pero lo reconoció de inmediato porque aún conservaba buena parte de las pecas y porque al cruzarse con un vecino sonrió de la misma forma que que sonreía cuando era niño. 
Lo siguió hasta la biblioteca y cuando él estaba buscando más libros, ella miró aquellos que tenía apartados encima de una mesa. Hablaban de hadas, duendes, de árboles y de bosques encantados. Estaba tan distraida que no se dió cuenta que él habia regresado.
- ¿Te gustan las historias de bosques encantados? Dijo él.
- No, bueno si.. bueno no se. Titubeó ella.
- Perdona ¿nos conocemos?
- No creo. acabo de llegar y soy nueva en la ciudad.
- Pues me recuerdas mucho a alguien. Pero no se a quien.
Ella rió y él se contagió de su risa que sonaba como a campanitas. Salieron de la biblioteca. Estuvieron hablando todo el camino de vuelta y al día siguiente volvieron a verse. Esta vez fueron a un parque cercano y allí entre árboles siguieron hablando y riendo hasta que se les hizo de noche. Después de algunos encuentros más, ella un día rozó su mano y él dijo:
- No sentía esas cosquillas desde que era nño, iba al bosque y me quedaba dormido. Entonces soñaba que un hada venía y jugaba conmigo. Me hacia cosquillas con sus alas. Fueron los días más felices de mi vida.
- Será que he venido a tu lado para que vuelvas a sentir lo mismo y que seas tan feliz como entonces. Así que no te vayas... otra vez.
Él no entendió muy bien estas últimas palabras pero desde entonces no se volvieron a separar y fueron muy felices los dos.

- ¡¡Hola!! ¿Qué haceis los dos ahi? Ha dejado de llover y creo que podemos dar ese paseo por el campo aunque algo más corto.

Era Álvaro, el padre de Mario, que asomaba por la puerta del dormitorio con esa sonrisa... la sonrisa más bonita del mundo.

- ¡¡Biennnn!! - gritó Mario.

Yo me levanté y sin saber muy bien por qué, le di a Álvaro un beso y un abrazo como si le hubiera vuelto a ver después de varios meses.
No me di cuenta que Mario aprovechando que no le veíamos abrió mi cajita de recuerdos y allí encontró entre bolas de algodón cuidadosamente guardadas, unas pequeñas alas brillantes del color del arcoiris...