viernes, 17 de agosto de 2018

No es lo que tú la llamaste...


La llamaste fea, gorda, vieja, inútil, aprovechada y puta.
Estas dos últimos insultos así, con todas sus letras, en un arrebato de tu ira incontrolada, de tu odio hacía ella, porque te diste cuenta que tenías a la víctima perfecta y un buen día la perdiste...
Los anteriores, quizás, fue de peor forma. Enmascarándolos en frases hirientes, en gestos humillantes, en actitudes manipuladoras.
Insultar de esa forma a una persona lleva su tiempo... poco a poco, sutilmente pero cada vez más constantemente. Es como una maquiavélica estrategia para que, sin parecer un monstruo, tu víctima se crea esa falsa realidad. De esa forma, tienes el poder sobre ella, insegura, desvalida, que aunque sufre a tu lado no se marcha porque cree firmemente que nadie más va a ocupar un lugar en su vida debido a su condición de lastre. Hasta que sin saber cómo, un día el viento abre la ventana, desordena el cuarto, su cabello, levanta su falda y desprende un velo de los muchos que conforman la venda que le tapa los ojos.
Y entonces hay un instante de lucidez, y en medio de ese caos, se asoma a la ventana y cae otro velo... ahora ve las cosas más claras y se mira a si misma. No es la mujer que le has hecho creer que es, ella es infinitamente bella y poderosa. Tiene las fuerzas suficiente para abrir la puerta y salir, sin avisarte, sin pedirte permiso... y encuentra gente que la ayuda a seguir quitando velos de su venda hasta que por fin, deshace el último.

Entonces se da cuenta, que ahora no necesita nadie a su lado, que ahora lo que necesita es aprender a quererse a si misma, a sanar todas esas heridas que tu abriste y otras más antiguas que impediste que cicatrizaran. 
Se mira al espejo y sin importar su apariencia, ve una luz brillante que realza su hermosura. No es fea, ni gorda, ni vieja. Mira todo lo que ha conseguido hacer por si misma desde que te dejó atrás y se siente orgullosa, no es una inútil. Se siente reconfortada por haber encontrado personas que la ayudaron a salir del pozo donde estaba, les está agradecida, no es una aprovechada. Se ama a si misma y se permite amar a quien vibra en sintonía con ella, no es una puta. Componen una melodía dulce y a veces apasionada, pero también comprende que las partituras tienen una última página. Guarda los  buenos recuerdos y prosigue su camino, su corazón late al compás de una canción infinita que le acompañará siempre, y si alguien llega y embellece aún más ese compás, será bienvenido.