martes, 26 de febrero de 2019

Caperucita Loba

La Caperucita de esta historia, también se adentró en el bosque  y se le hizo de noche.
Pero no llevaba un cesto con regalos para nadie, solo llevaba el deseo de alejarse de sus miedos, de abrazar su existencia más verdadera, de reconocerse a si misma al mirarse en el espejo.
Y allí, en medio de la oscuridad rota por el brillo de la luna, lo vio de repente.
Un enorme lobo, con los colmillos aún ensangrentados después de devorar su alimento, se revolcaba entre las hojas secas cercanas a la pequeña laguna donde había sumergido minutos antes su hermoso pelaje. Eran momentos de éxtasis, de plenitud salvaje que adornaba con sonoros aullidos que atravesaban el silencio de forma majestuosa y sobrecogedora.
Caperucita, instintivamente, se ocultó tras un enorme roble y lo observó en silencio. No sintió miedo sino respeto, y no quiso interferir en la danza tribal que el lobo estaba regalando a sus sentidos.
Entonces se dio cuenta que el lobo era auténtico, y quiso ser como el lobo.
Se dio cuenta que el lobo era solitario y no sufría por ello, y quiso ser como el lobo.
Se dio cuenta que el lobo era feliz dando rienda a sus instintos salvajes y primitivos, y quiso ser como el lobo.
La Caperucita de esta historia se dio cuenta que el lobo era libre, y quiso ser como el lobo.
Así que deshizo el nudo de su capa, la dejó caer, y con ella soltó todas sus ataduras, sus limitaciones, sus complejos y sus artificios, y dejó que la loba que era en realidad, se mostrase al mundo.
Desde aquel día no teme al lobo, corre, danza y aúlla junto a él, sintiéndose más salvaje, poderosa y bella que nunca... 

lunes, 11 de febrero de 2019

La libélula y el oso


Se acercó el oso a la libélula, posada en el extremo de aquella rama abedul, intrigado por los colores brillantes de sus translúcidas alas.
La libélula, al percatarse de la presencia del oso, lejos de salir volando fuera de su alcance, se quedó quieta, observando curiosa su hocico húmedo, sus ojos oscuros y penetrantes y su enorme tamaño.
El oso, cansado de mantener la posición erguida, dejó caer sus patas delanteras sobre el lecho de hojas que cubría el suelo y el peso de su cuerpo, hizo temblar el árbol al completo.
La libélula entonces echó a volar y después de un par de vueltas alrededor de la cabeza del oso, que la miraba embelesado, sin pensarlo demasiado recorrió el cuerpo entero del fornido plantígrado, rozando sutilmente sus alas por su sedoso y brillante pelaje. Esto provocó una placentera sensación de cosquilleo en el oso, quien se tumbó de espaldas en la hojarasca, estirando la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto su garganta y su abdomen, así como los pliegues entre sus extremidades y el tronco. La libélula percatándose que en estos lugares el pelaje era menos abundante, acudió diligente a revolotear delicadamente por ellos, impulsada por la certeza de que el oso agradecería enormemente las caricias de sus alas en aquellas zonas que le mostraba sin pudor alguno.
Una vez recorrido el cuerpo del oso en varias ocasiones, la libélula sintió que las fuerzas le fallaban y se desplomó sobre su pecho. Éste, la tomó con cuidado sobre su pata y se la acercó a la altura de los ojos. La libélula lo miró temblorosa y algo avergonzada, porque había un resquicio de temor ante la insolencia de sus actos, pero la mirada del oso apartó casi de inmediato ese temor de su mente. Fue entonces cuando entregó toda su fragilidad, toda su vulnerabilidad al oso, depositando en él su confianza, ya que a pesar de su contundente corpulencia supo que jamás le haría daño.
Comenzó a soplar el viento del norte y el cielo se cubrió de nubes. El oso la tomó con su boca suavemente de las alas y se dirigió a su refugio. Se acurrucó a la entrada del mismo y con la libélula en su regazo, al calor de su abrigo, vieron juntos caer una sorprendente y copiosa nevada de principios de primavera…