viernes, 26 de junio de 2020

Supervivencia

En el sur, en una zona cercana a la costa, donde la flora y la fauna existente, habían hecho durante siglos gala de una increíble capacidad de adaptación a las horas interminables de sol y al soplar intenso del viento de levante, cohabitaban plantas de muy variada estampa.
Para aquellas más vistosas y atractivas a la vista y al tacto, su supervivencia dependía de la época de lluvias otoñales y primaverales, que, por fortuna siempre hacían su aparición. Sus hojas, de un verde blanquecino y suaves como el terciopelo debido a que estaban recubiertas de una fina capa de vello, recogían toda el agua posible y eran expertas en acopiar la humedad suficiente para que toda la planta tuviese reservas de agua y subsistir la época seca.
Ocurrió sin embargo, que las épocas de lluvias comenzaron a escasear, había años que prácticamente fueron inexistentes, la temperatura media subió casi un grado más y muchas plantas sucumbieron ante estas difíciles circunstancias.
Había una planta hermosa, de bonita y llamativa floración amarilla que disfrutaba enormemente cuando las manos de los humanos que pasaban por allí, acariciaban dulcemente sus hojas aterciopeladas, también cuando los pequeños pajarillos revoloteaban entre sus tallos haciéndole cosquillas o cuando los insectos jugaban a deslizarse por esas suaves hojas a modo de tobogán. Toda ella era un hervidero de vida.
Pero lamentablemente, en esta dura época fue una de las que más sufrió la escasez de agua y  al verse en estado casi agonizante, preguntó a un arbusto que estaba a su lado:
- “¿Cómo es posible que mientras yo voy menguando y me quedo sin fuerzas, tú sigas creciendo y te veas tan espléndido?”
- “Es debido a mis hojas. Míralas, no verás hojas verdes y suaves, sino protuberancias salidas de mis tallos de forma rígida, pequeña, en forma de pinchos que pasan prácticamente inadvertidas excepto para la mano incauta que me roce. Si quieres seguir habitando este lugar, querida vecina, deberás concentrarte en modificar tu aspecto y adoptar uno parecido al mío. Cambia tus hojas de forma, de color, de tacto… y lo comprobarás por ti misma.”
La pequeña planta quedó pensativa, y sabiendo que en breve sus frutos dispersarían semillas que darían lugar a plantas destinadas a sufrir prácticamente desde su nacimiento
el poco tiempo que pudieran sobrevivir, pensó que no era justo condenar a sus generaciones futuras a tal tormento. Así que, esa noche pidió a sus hadas custodias que intercedieran ante el Gran Espíritu por ella, ya que se esforzaría en los días sucesivos en convertir sus suaves hojas en espinas. Sólo pidió conservar sus llamativas flores amarillas en primavera.
Por supuesto, las hadas se apiadaron de tan noble pensamiento y lograron que el Gran Espíritu del bosque accediera a sus deseos y, un buen día, la planta despertó y no sintió sed. Notó como tenía más energía de lo que había tenido en meses y vio como sus tallos estaban cubiertos no por hojas verdes, sino por espinas.
La planta sonrió para sus adentros y pensó que había salvado a su especie de la extinción, y así, esperó que llegara la tan ansiada primavera.
Sin embargo, cuando llegó el período de floración y se adornó con sus bonitas flores, toda su alegría desapareció cuando oyó como cada humano que pasaba por su lado, le hacía fotografías, alababan su belleza pero se advertían unos a otros que no la tocasen, ya que sus espinas eran tan afiladas que sin duda les provocarían alguna herida. Tampoco fueron ya los pajarillos a revolotear entre sus ramas y los insectos se limitaron a entrar y salir de sus flores buscando el néctar que éstas les proporcionaba sin entretenerse como antaño en sus suaves hojas, ahora inexistentes. 
La planta supo entonces, que había conseguido salvar su estirpe pero había pagado un precio muy  alto por ello. Esa noche todos oyeron sus gemidos y a la mañana siguiente, la tierra a su alrededor estaba húmeda por las lágrimas que derramó su triste llanto.