Cuando el Viento de Levante se manifiesta, no deja nada ni a nadie
indiferente.
Es imprevisible, rotundo y aleatorio. Podemos sospechar cuándo va
a hacer su aparición pero nunca cuándo nos dejará. Tiene más enemigos que
amigos pero cuando su ausencia es prolongada, sus dominios pierden parte de su
identidad y quedan huérfanos de movimiento…Quizás sea hora de apreciar el
regalo que nos hace con su presencia: de observar cómo las copas de los árboles
bailan a su ritmo frenético como atreviéndose a perder la compostura, de mirar
con ojos divertidos el desorden que provoca, y en el cual quizás, descubramos
lo que ignorábamos que existía, de contemplar una vez pasado el temporal cómo
lo que presuponíamos casi indestructible se doblegó ante su fuerza y sin
embargo lo aparentemente frágil continua ahí como si apenas hubiese soplado una
brisa ligera.
Quizás sea hora de agradecer al viento que provoque movimiento, porque sin
duda, el movimiento es vida. Y por qué no, la próxima vez que sople el viento
de levante, salir ahí afuera y bailar sin complejos al son de sus sacudidas,
permitiendo que se lleve todo lo que nos pesa y nos mantiene atados, dejando
que nos desordene un poco la vida…
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