Se acercó el oso a la libélula, posada en el extremo de aquella
rama abedul, intrigado por los colores brillantes de sus translúcidas alas.
La libélula, al percatarse de la presencia del oso, lejos de
salir volando fuera de su alcance, se quedó quieta, observando curiosa su
hocico húmedo, sus ojos oscuros y penetrantes y su enorme tamaño.
El oso, cansado de mantener la posición erguida, dejó caer
sus patas delanteras sobre el lecho de hojas que cubría el suelo y el peso de
su cuerpo, hizo temblar el árbol al completo.
La libélula entonces echó a volar y después de un par de
vueltas alrededor de la cabeza del oso, que la miraba embelesado, sin pensarlo
demasiado recorrió el cuerpo entero del fornido plantígrado, rozando sutilmente
sus alas por su sedoso y brillante pelaje. Esto provocó una placentera
sensación de cosquilleo en el oso, quien se tumbó de espaldas en la hojarasca, estirando
la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto su garganta y su abdomen, así como
los pliegues entre sus extremidades y el tronco. La libélula percatándose que
en estos lugares el pelaje era menos abundante, acudió diligente a revolotear
delicadamente por ellos, impulsada por la certeza de que el oso agradecería
enormemente las caricias de sus alas en aquellas zonas que le mostraba sin pudor alguno.
Una vez recorrido el cuerpo del oso en varias ocasiones, la
libélula sintió que las fuerzas le fallaban y se desplomó sobre su pecho. Éste, la tomó con cuidado sobre su pata y se la acercó a la altura de los
ojos. La libélula lo miró temblorosa y algo avergonzada, porque había un
resquicio de temor ante la insolencia de sus actos, pero la mirada del oso apartó
casi de inmediato ese temor de su mente. Fue entonces cuando entregó toda su
fragilidad, toda su vulnerabilidad al oso, depositando en él su confianza, ya que a pesar de su contundente corpulencia supo que jamás le haría daño.
Comenzó a soplar el viento del norte y el cielo se cubrió de
nubes. El oso la tomó con su boca suavemente de las alas y se dirigió a su
refugio. Se acurrucó a la entrada del mismo y con la libélula en su regazo, al
calor de su abrigo, vieron juntos caer una sorprendente y copiosa nevada de
principios de primavera…
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