Un precioso bosque, donde creían frondosos y entrañables
árboles, donde la vida se manifestaba de las más diversas formas, se vio
afectado hace muchos años por una terrible sequía que durante meses azotó toda
la región.
Las hojas de los árboles perdieron su verde brillante y se
tornaron amarillas hasta caer al suelo, formando un manto oscuro sobre todo el
terreno. El musgo y los líquenes quedaron petrificados expuestos al sol y sin
recibir ni una sola gota de lluvia. Fueron muchas, muchísimas las plantas que
sucumbieron a la sed y murieron deshidratadas.
Los animales también se vieron afectados y los que aún
quedaban con vida, comenzaron a emplear sus escasas fuerzas en migrar hacia
otro lugar en busca de alguna charca o arroyo que tuvieran apenitas unas
reservas del valioso líquido transparente y vital.
Sin embargo, los seres que más sufrieron los efectos de la
sequía fueron las Hadas. Ellas, guardianas y protectoras del bosque, no podían
abandonarlo y allí permanecerían incluso si éste terminaba sucumbiendo. De
entre todas, la primera en enfermar fue precisamente el Hada Mayor, la de más
edad, la más sabia, pero también la más frágil.
Por ello, el resto de las hadas buscaron incansablemente
algo de agua por todo el bosque, porque con una sola gota, mezclada con el polvo
de sus alas, sería suficiente medicina para devolver la salud a su queridísima
Hada Mayor.
Un pequeño grupo de cuatro hadas, sobrevolando palmo a palmo
una zona que quedaba casi en penumbra al encontrarse al abrigo de una enorme
roca, encontraron una planta diminuta que aún conservaba el verde intenso que la
caracterizaba. Su tallo era delicado pero firme y sus hojas tenían una
apariencia de pequeñas copas en las que guardaba minúsculas gotitas de
rocío. ¡Qué gran hallazgo! Algunas de
esas hojas eran todo lo que necesitaban para salvar la vida de Hada Mayor.
Pero, las hadas tenían totalmente prohibido arrancar hojas
de las plantas del bosque, así que tenían que pedir permiso a la pequeña planta
para llevarse algunas de sus hojas con el preciado líquido.
No se atrevían a decidir cual de las cuatro le pediría a la
planta semejante favor, ya que además de ocasionarle dolor al arrancarle las
hojas, la dejarían prácticamente desprovista de sus reservas de agua y puede
que muriera de sed, así que lo echaron a suertes.
La encargada fue un hada llamada Mina quien con humildad y
lágrimas en los ojos le dijo a la planta:
“Pequeña y dulce planta, como sabes, el bosque se muere de
sed y con él, nuestra querida Hada Mayor. Hemos recorrido todo el terreno,
buscando algo de agua con el que poder fabricar la medicina necesaria para que
reponga fuerzas y aguante hasta que vuelvan las lluvias y solamente hemos
encontrado esas valiosas gotas de rocío que conservas en el centro de tus hojas.
Sabemos que quizás te duela si te arrancamos dos o tres de
tus pequeñas hojas y que te será muy difícil volver a hacer acopio suficiente
para saciar tu sed, pero si fueras tan amable de concedernos este deseo,
pediremos al Espíritu del Bosque que haga todo lo posible por recompensarte”.
La planta escuchó atentamente al hada y tras apenas unos
segundos de silencio contestó:
“Hada Mayor fue quien dibujó la forma de mis hojas, mis
flores y me asignó este bonito color verde y mi pequeño tamaño. Es a ella a quien debo
el haber sobrevivido a la sequía porque en esa forma de copa de mis hojas, he
podido mantener la reserva necesaria de agua.
Nosotras las plantas, sólo podemos crecer y aportar vida al
bosque en agradecimiento a nuestra creación, lo que me pides ahora es en cierto
modo, un privilegio para mí. Es la ocasión de devolver al Hada Mayor el regalo
que ella me dio. Tomad cuántas hojas necesitéis.”
Así pues, las cuatro hadas revolotearon alrededor de la
pequeña planta, mientras le hacían cosquillas con sus alas para mitigar el
dolor al arrancarle las hojas, y lloraban emocionadas por la bondad de
aquel diminuto ser.
Lo que no se dieron cuenta es que, al hacer esto, esparcieron
alrededor de la planta los polvos mágicos y curativos que se iban desprendiendo
de sus alas y que la humedad de sus lágrimas, ablandaron el reseco
terreno, haciendo que el polvo penetrara en él.
Las raíces de la planta absorbieron aquella combinación y
milagrosamente, fue por ello que resistió sin problema alguno las semanas que
aún pasaron hasta que la lluvia volvió a regar de vida y esperanza el bosque.
Mientras, las hadas llevaron las hojas al Hada Mayor quien
en pocos días ya recuperó su vitalidad y energía. Cuando preguntó por el nombre de la planta,
las hadas no supieron qué decirle, pues se olvidaron de preguntarle. Pero al
ver mejor las hojas, enseguida las identificó y sonrió diciendo, a esta planta
la llamé Ombligo de Venus por la forma de sus hojas y porque supe desde el
principio que era amor lo que corría por su savia, pero desde ahora, para
nosotras será la planta “La Copa de las Hadas” y velaremos junto al Espíritu
del Bosque para que siempre se encuentre presente en el bosque.
Con el tiempo, el ser humano descubrió que aquella plantita
y todas sus descendientes, poseían en su interior un líquido blanquecino tenía increíbles
propiedades curativas como son cicatrizar heridas, efectos diuréticos y
depurativos e incluso ayuda a eliminar durezas de la piel y alivia el dolor de
oídos.
Y he aquí la razón por la que en muchas poblaciones se le conoce como “Curalotodo”.
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